Archivo de May 2010

31
May
10

Gilipollas

No vaya a ser que me digan que no está bien. No vaya a ser que me agoten de tanto hacerme repensar lo que he escrito. Con el no vaya a ser en la espalda se me ha despertado el dolor en la columna. Recorre desde la última a la primera vértebra, de un lado a otro y del otro al uno. No voy a decirlo porque no vaya a ser que me deje de doler todo.

Pero es que me han quitado el bozal hace ya unos cuantos días y no me gusta lo de gilicoñas, suena peor. Ahora, como decía aquella a la quiero tanto, me pico y no respiro, y no escribo ni digo. Todos contentos. ¿Tampoco? Pues menudo plan… que nunca lo hacemos bien.

Ya tengo la solución: tú ahí y yo aquí. Pero un aquí que no me va a encontrar ni nadie, ni tú, ni ése, ni éste, ni aquellos, ni todos. Me encanta jugar al escondite de no encontrar. Y por eso se acabó el juego de siempre, ¡qué aburrido era! Siempre que lo intentaban lo lograban, ¡por ti! Y por mí y por el otro. Siempre había que volver a contar.

Gilipollas, gilicoñeces, se acabó el taparse la cara para que no te vean porque ya tengo ganas de encontrarte. Y vamos a sonreír como lo hacíamos cuando bajábamos volando desde la casona hasta casa del marto. Si lo logras no te llamo más gilicoñas y empezaré a hacer algo que nunca he hecho, querer obligada a gilicoñeces.

09
May
10

Asquerosamente poblada de iguales

Seguía teniendo los mismos ojos profundos de siempre. Recordaba el desfile de camisones y le daba unos abrazos tan profundos que el tiempo les dió una bofetada para despertarlos. Sus vidas habían cambiado, él estaba intentando madurar…

La llamó la niña feliz. En cambio él no lo estaba tanto. Quizá no se lo merecía. Probablemente el caos depositado en sus manos le ayudó a hacer lo que se tiene que hacer siempre. Porque eso es lo que se ordena. Qué pena tan grande sentía ella a medida que le escuchaba atónita cómo se había subido a la montaña rusa asquerosamente poblada de iguales. Han pasado novecientos días y tendrán que pasar los mismos años para que lo perdone.

Ella había salido del psiquiátrico hacía muy poco tiempo y por eso la vió guapa. Estaba desintoxicada y podía hablar al fin con la mano en el corazón. Él le susurraba avergonzado que había entrado por la puerta de atrás al mismo centro. Y no estaba cómodo, pero seguía allí porque no podía traicionar a lo establecido.

En medio de aquella locura transitoria con posos de enajenación eterna se cogieron de la mano y se echaron de menos tanto que la bofetada del tiempo esta vez los dejó a los dos dormidos. A medida que él caminaba hacia el psiquiátrico le iba regalando charcos de lágrimas invisibles y ella lavó en ellos todos los camisones. Se volverán a ver y él ya habrá perdido la cabeza por no bajarse de esa montaña rusa asquerosamente poblada de iguales.




May 2010
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